“El Señor es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de
reposo me pastoreará. Confortará mi
alma...”
Salmo 23 1-3
El Señor es mi pastor. Es
bueno saber, de modo tan cierto como sabía David, que pertenecemos al
Señor. Hay una noble nota de confianza
en esta frase. No hay un “si” ni un
“pero”, ni tampoco un “espero”, sino que dice: El Señor es mi pastor.
Hemos
de cultivar el espíritu de
dependencia confiada en nuestro Padre Celestial.
La palabra más dulce de todas
es el monosílabo “mi”. No dice: “El
Señor es el pastor del mundo en general y guía a la multitud de su rebaño”,
sino: “Jehová es mi pastor”, aunque
no fuera el pastor de nadie más, es, con todo, mi pastor; me cuida, me vigila y
me guarda.
Las palabras están en tiempo
presente. Sea cual sea la posición del
creyente, ahora esta bajo el cuidado pastoral de Jehová.
Satanás te trata, al parecer,
suavemente, para poder atraerte al pecado, pero al fin se portará de modo
amargo. Cristo, verdaderamente, parece
áspero, para mantenerte alejado del pecado, poniendo setos de espinos a la vera
de tu camino. Pero El será realmente
dulce si entras en su rebaño, incluso a pesar de tus pecados.
Es posible que ahora Satanás te sonría de
modo placentero mientras estás en pecado; pero tú sabes que será duro contigo
al final. El que canta como una sirena
ahora va a devorar como un león al final.
El te atormentará y te afligirá y será amargo para ti.
Ven, pues, a Jesucristo; deja
que El sea ahora el pastor de tu alma. Y
sabe que El será dulce al procurar guardarte del pecado antes que lo cometas. Oh, que este pensamiento (que Jesucristo es
dulce en su trato con todos los miembros, con su rebaño, especialmente con los
que pecan) persuada los corazones de algunos pecadores a que entren en su
redil.
Las palabras siguientes son una
especie de inferencia de la primera afirmación, son una sentencia positiva: “nada me faltará”. Es posible que sufra en otras circunstancias,
pero cuando Jehová es mi pastor, El puede suplir todas mis necesidades, y El
ciertamente está dispuesto a hacerlo, porque su corazón está lleno de amor, y
por tanto, nada me faltará. No me
faltaran cosas temporales. ¿No alimenta
El a los cuervos y hace que crezcan los lirios?
¿Cómo, pues puede dejar a sus hijos que perezcan de hambre? No me faltarán cosas espirituales; sé que su
gracia será suficiente para mí.
“Confortará mi alma”. Cuando
el alma está afligida, El la restaura;
cuando peca, la santifica; cuando es débil, la fortifica. El lo hace.
Sus ministros no podrían hacerlo si no lo hiciera El. Su Palabra no bastaría por sí sola. “El
conforta mi alma” ¿Hay algunos en
que la gracia haya sufrido un descenso?
¿Sentimos que nuestra espiritualidad se halla en un punto bajo? El que puede transformar este bajo nivel en
una inundación, puede también restaurar nuestra alma. Pídele, pues, su bendición: “¡Restáurame,
Pastor de mi alma!”.
El restaura el alma a su pureza
original, que había pasado a ser negra y hedionda por el pecado; porque ¿qué
bien habría en pastos delicados con un alma apestosa? El la restaura al estado natural en los
afectos, que había sido deformado por la violencia de las pasiones; porque,
¡ay! ¿qué bien habría en “aguas de reposo” para espíritus turbulentos?
El la restaura realmente a la
vida, que había pasado a ser de muerte; y ¿quién puede “restaurar mi alma” a la
vida sino aquel que es el Buen Pastor y que da su vida por sus ovejas?
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